Hoy pasé por la costa y vi el sol en una de sus hermosas formas, quizás la más celestial: llegando al mar a través de las nubes. Querían cubrir el sol, insolentes y atrevidas, pero él brillaba demasiado, y su luz pudo con ellas. Casi como una llamada divina, pensé en ti. Yo, el sol. Tú, las nubes.
Pero hoy fue distinto: tu ausencia no me consumió como de costumbre. Sentí el pecho ligero, y tu imagen en mi mente no me dolió. Casi no pude ver tu cara, no recordé muy bien como me sentía al ver tu sonrisa, ni como temblaba cuando tus manos recorrían mi cuerpo.
No quiero pensar en que te estoy olvidando, siento que sería un mal augurio. Tengo la creencia de que si lo convierto en un hecho, seguiré pensando en ti y nunca me libraré de tu recuerdo que infesta mi alma. Pero ya he sacado el puñal que vivía en mi corazón clavado, y ahora es mío para siempre. Mi herida ya no te pertenece, no la mereces. Mi melancolía tan dulce, frágil y blanca como azucena, es demasiada belleza para ti.
Recordé lo que me dijiste un día, en uno de esos momentos que tu llamabas “impulsivos”. Yo siempre supe que premeditabas esas palabras afiladas para que me mataran, sé que ese era tu objetivo, y lo conseguiste. Apuntabas a mi alma con tus flechas envenenadas, y nunca fallabas un solo golpe. De tanto beber veneno me hice inmune, pero jamás venenosa. De tantas puñaladas mi piel se endureció para proteger mi corazón tierno que, pobre de él, aún pierde sangre por esa herida mía.
«Ojalá encuentres a alguien como tú.», me dijiste. Querías hacerme daño, pues según tú mi amor no se podía llamar así. Esa vez no funcionó; no me heriste, pero me hiciste reflexionar.
Te lo di todo cuando no tenía nada. Te amé sin prejuicios, ni orgullo o miedo. Amé tus defectos y los abrazaba sin dudar, te decía que todo iba a estar bien. Amé tus risas y tus lágrimas, tus gritos y tu silencio. Cuando golpeabas mi mejilla yo te daba la otra también. Te di mi pecho, mis entrañas, mi paciencia y pasión. Me entregué a ti con los ojos cerrados, era completamente tuya. Te mostré la belleza de la vida cuando solo veías sombras, y te guié hacia la luz, pero me dejaste atrás en tus tinieblas.
Ojalá encuentre a alguien que me regale un libro con una nota en la primera página que diga “me recordó a ti”, y un corazón dibujado varias veces para que quede perfecto. Que haga dibujos aunque haya perdido la pasión en el tiempo, y me los regale todos a mí. Alguien que me acaricie el pelo cuando no pueda dormir, y que me abrace para que pueda descansar mejor. Alguien que cocine mi dulce favorito y me lo lleve después de un día gris. Alguien que me regale flores, con una sonrisa inocente, que ame mis inseguridades y que nunca se canse de decirme lo hermosa que soy.
Ojalá encuentre a alguien bueno, de corazón puro que arda de amor por mí; alguien que con sus ojos me haga sentir especial, que me entienda y me escuche sin juzgar. Que apriete las espinas para regalarme una rosa roja como la sangre que derrama por mí.
Ojalá encuentre a alguien como yo.